Estábamos allí, a las dos de la tarde
viéndole desde otro auto.
De pronto arrancó y en su marcha
se llevo las flores
que tu querías y que después ya no.
Las del día anterior,
cuando hacia calor y las viste tan hermosas,
aun y cuando estaban algunas casi marchitas.
Todo lo observas con tu belleza -te dije-.
Y le compartes tu languidez estética a lo que miras y tocas -pensé-.
No respondiste, sin embargo no irrumpí en tu pensar obnubilado.
Rápidamente envejeció la lluvia,
se convirtió en ectoplasma y vapor sobre el pavimento vivo
de la tarde.

Aun no estoy convencida de que no nos haya visto seguirle
-comentó, usando el soliloquio acento de una afrodita
enajenada.
“Esas flores que ahora son distantes, la amante de mi padre
quiso comprar para mí el día de ayer. Cuando te alejaste se acercó
y me murmuró un desprecio y un elogio insensato. La miré y poco a poco
su imagen se hizo turbia hasta que desapareció,
como los peces que después de acercarse a la superficie del agua
al poco bajan y desaparecen como asustados por algo.
Fue la mujer que tú seguiste con la mirada”.

Esta fue la experiencia del día de hoy
cuando fui a visitarla por la mañana
y repentinamente tuvo la idea de seguir a su padre
al oírle decir a la madre
"vengo, tengo ganas de comprarte algunas flores, mujer".
Y sintió que mentía que regresaría a casa pronto;
que las flores que comprara fueran para la otra mujer que lo esperaba
como todos los viernes en un estacionamiento cercano
y que ella había conocido el día anterior, en la florería,
cuando estuvo a punto de comprar
aquellas flores azules que le gustaron tanto.
Llegó a su lado una mujer común y le dijo:
"Si te gustaron, las compraré para tí antes de que lo haga tu padre.
Como cada viernes lo hace, para mí!"

06/12/2011

Posted on 06/13/2011
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