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La Serpiente

by Oscar Martínez


Al centro de la pequeña sala siempre encuentra lugar para echarse un animal irreconocible. Pareciera que es un perro, aunque no podría llegar a afirmarlo. Alrededor de la mesa en la cocina se encuentran tres pequeños bancos en lugar de sillas y sobre ellos floreros con tallos secos que se niegan a ofrecer hojas y flores, como si fuesen visitas cautivas y permanentes. Justo frente a la ventana que da al jardín trasero, perfectamente iluminado, un incensario de plata espera, desde hace muchos años, extender sus miembros humeantes para atraer a algún espíritu.
Yo no sé por qué me resulta tan atractivo mirar la que fuera nuestra casa por fuera desde la banqueta. Siempre me atrapa como símbolo obtuso de la sinrazón y de la melancolía pintada de amarillo canario, con sus puertas de madera todas del color azul cielo. Adentro, habita una serpiente, tú.
Alessandra no ha mordido a nadie, aún. Su veneno se ha emancipado de su boca por lo que ya no muerde. No tendría, por tanto, sentido alguno intentar hacerlo. Ella sabe que todavía es una serpiente. Con un gesto practicado, extiende deliciosa la letra "s" de su nombre, como un silbido viperino cuando se presenta a sí misma. Soy Alesssandra te dice, tiemblas sin saber por qué y durante un segundo vives la certeza de que has visto tu vida correr frente a tus ojos. Ante tí, una cascabel de ojos verdes y piel morena se inclina un tanto sobre tu rostro: uno en verdad llega a esperar que asomará de su boca una lengua negra y bífida. Pero indulgente te perdona la vida. Ahora conoces a Alesssandra.
Soy un fakir cuando le digo que he cambiado un poco desde que la conozco y le hago el amor. Ella siempre se enoja: No cree en el amor. Tampoco cree en Dios ni en demonios guapos. Al llegar la caída del día se sienta frente al ventanal al fondo de su casa, y ahí, frente a su bello incensario de plata finge que reza y que está a punto de encenderlo pero nunca lo hace. O tal vez sí. Es solo que yo no creo en ella ni en su incensario brillante.
La lengua de Alesssandra no es negra. Es de un rosado subido, casi rojo. Tampoco es bífida. Posee una punta alargada y traviesa con la que acaricia despacio el interior de mi bóveda palatina. Es húmeda y tibia, y como un pez, se escurre y no permite ser atrapada en la red de mi boca. La lengua de Alesssandra es roja, por tanto, sus palabras son rojas.

Hoy ocurrió lo extraordinario. Fui liberado del ensoñamiento en el que había vivido durante años. Ella, la serpiente, me alejó de su lado. Cautivado por su atrayente voz antaño, la escuché de madrugada pronunciar mi nombre para delatarme como un brujo antagonista de su magia. Me dijo, finalizando la noche, "No más de tus aventuras de hombre en mi vida! Soy yo quién juega con el chillido desesperado de los gatos y tú los haces callar. Intento acariciar por las tardes la frente de mi abuela muerta, pero al mirarme hacerlo, invocas mi duda y me haces pensar que sigue viva. Mi incensario se niega ya a abrirse para recibir la llama que le encienda pues le ofende saber que tú prefieres el humo maloliente del tabaco...(suspira) Y me he acostumbrado a dejar de producir veneno en mi boca ante el temor de matarte por error... Oscar".
No sabía de todas estas cosas. Siento lástima por ella en los segundos que preceden a este olvido que quiero se haga presente en este instante.

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Quiero... quiero abandonarte e irme tan lejos de aquí como me sea posible, en un solo salto! Me arrepiento y pretendo ingresar nuevamente después de haber sido echado; pero durante ésta noche que perece, tras la puerta de la casa, escucho tu cascabel agitándose, previniéndome de no traspasar el umbral de la entrada. Me hipnotiza. Paso la noche aquí afuera, fumando y despertando a tus vecinos con la conversación que sostengo a viva voz con tu abuela. Me reclama haber sido yo quien convirtió a su nieta en ponzoñoso reptil, mientras le replico y suplico reconozca, que Alesssa nació de un blando huevo bajo una roca durante el tiempo de calor, pero ya no lo cree. Tal vez sí esté muerta.

Antes de llegar a tu vida me gustaba el olor de los árboles caídos, de aroma dulzón y atrapante, entre los bosques. Era yo talamontes durante el invierno y jardinero en el verano. También me gustan los jazmines y las flores de azahar.
Te encontré, la primera vez, durante un otoño interminable, al mediodía de la celebración de las castañas de los leñadores. Muchos hombres mueren ese día, pues extrañamente, no matan a las serpientes que hallan en su camino mientras buscan las castañas. Dicen que al toparse con una mujer desnuda en medio del bosque le hacen el amor y mueren después en éxtasis prolongados. Ello, dado que, después, al mirar el cuerpo de la víctima despojada de sus ropas, éste se mantiene arqueado, como si hubiera estado mucho tiempo a gatas y con su sexo aún erecto. Yo, personalmente, no creo en esa leyenda, porque a tí te conocí mientras mordías a tu presa y él no copulaba contigo. Le mirabas arrebatándole la que, para tí, era una insignificante vida; en tanto perforabas con tu fatal ósculo su piel ajada por la explícita integridad de su vida... "maldito hombre, sea tu carne alimento de las bestias inferiores. Engañas a tu mujer con esa hermosa castidad hacia otras hembras cuando ella más te desea y anhela que le seas infiel para que traigas pecado y experimentos prohibidos a su cama. Eres verdaderamente inferior y una burla para tu género..." Y después de decirle esto, el hombre murió.
Todavía poseo la certeza de que tú sabías que me encontraba ahí, mirando como matabas a aquel infeliz. Te separaste de él, empujando su cuerpo desprendido de conciencia, hacia adelante, expresando el rechazo que margina aquello que ya no se quiere. Un aroma dulzón inundó toda la escena una vez que la humanidad del leñador cayó y golpeó la infinita tierra ocre de aquél bosque. Recuperado de aquel maravilloso estado de interdicción provocado por la vision de aquél acto, alcancé a verte correr desnuda; en la huida del predador indefenso tu espalda brillaba en trozos, escamada de delirio onírico que no convalece de su propia naturaleza: tu piel es de serpiente negra.

No me cansé de buscarte hasta que te volví a hallar. Todavía sigo a tu caza hasta el día de hoy -Con todo y que escucho tu cascabel agitándose, no te temo-.

Así, a primera hora del noveno día de hace muchos años, te hallé fresca a la intemperie. Tú cómo todos los reptiles eres de sangre fría, por tanto, podría acercarme a ti sin que me hicieras daño. Tus movimientos amodorrados, lentos, te harían fácilmente mi presa. La anciana que cuidaba de tí, al sorprenderme a través de su ventana salió de la casa gritando incoherencias mientras yo te llevaba dentro de mi saco de lona a la ciudad desconocida. "Se llevan a mi niña! a mi nieta! la secuestran!... un cazador se lleva a mi mujercita!". La pobre señora creyó siempre que en verdad tenía a una mujer por nieta, por compañera de soledad. Y no dejó de gritar sus locuras hasta que murió, según supe tiempo después, de melancolia.
Con un solo beso accediste a venir conmigo. Nunca he tomado lo que no me pertenece. Así, mientras esperabas a que el sol tomara altura para calentar tu cuerpo, me acerqué despacio hasta llegar a la gran roca donde reposabas. Levantaste un poco la cabeza advirtiendo que me habias visto y que estabas dispuesta a defenderte. Pero, al reconocerme, siseaste "Ven! Te esperaba. Soy Alesssandra". En ese instante dudé porque tuve miedo. La única vez, si!. Jamás imaginé tu bienvenida ni tener la dicha de no temer a ser mordido porque sabias mi nombre "Llévame a la ciudad y viviré contigo, Oscar..." Luego te metiste serpenteando a mi saco de lona y te llevé conmigo, a casa.

Tú elegiste donde habitarías: "Esta será nuestra casa y aquí te quedarás conmigo mientras me dé la gana que así sea". Al día de hoy son trece años de mi llegada a este lugar con una serpiente. Poco tiempo después llegó tu abuela trayendo colgado del cuello aquel incensario de plata brillante. También se vino a vivir con nosotros aquella bestia indefinible que place casi todo el tiempo dormida sobre aquel tapete de mimbre tejido por tí y que se encuentra en el centro de tu casa.

Siempre he tenido el mismo sueño. Nunca me aparté de el. Yaces sobre la plataforma de piedra donde te ví el día en que te traje a la ciudad, tu cuerpo permanece enroscado y gimes lo inconcebible: "Qué placer siento! Ahora que han llegado los fantasmas a calentar mi cuerpo...!" -dices exhalando, y al decirlo, deslizas tus manos por tus pechos y vientre acariciándote, acurrucando sobre tí no solo a aquellos seres invisibles a mis ojos con los que me encelas, sino también a mi propia sensación del tiempo. Creo en aquel instante que alimentas los días que me restan de vida en la dulce y tibia sombra que se forma bajo tu busto. Y despierto cuando tu despiertas.
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Han pasado muchas horas desde que salí de tu casa. No se escucha más la arenga frenética de tu cascabel de perlas. Entro de inmediato preocupado, con prisa, y tropiezo con la enigmática bestia. Un viejo edredón de lana me observa con sus ojos rojos: son botones magníficos pertenecientes, alguna vez, a la capa de un rey. Me levanto y continuo en dirección a la alcoba. Ahora lloro... Mi serpiente está muerta. Inmóvil. Enroscada en su propia fatalidad sus ojos miran hacia la puerta. Me observa desde el otro mundo, esperándome. Escucho a la abuela rezando pero no me importa. Sigo embebido en mi inconsolable pérdida. Avanzo hacia el inerte cuerpo, lo estrujo con fuerza y viene a consolarme un tacto humeante que, como largo abrazo, nace del mágico incensario. Me aterro: Oigo mi nombre formando parte de las plegarias de la anciana. Soy un fantasma y ella reza por mi eterno descanso...


Sólo una vez hablamos del futuro:
-Tuviste de mí lo que deseabas, Alessa?
-Todo. Pero nunca te derroté...
-Me matarás algún día?
-Si puedo, tal vez.
-Por qué?
-Te amo, y después de hacerlo moriré yo.
-Voy a dejarte Alessa. Lo sabes?
-"Qué así sea!" -respondió y probó el aire con su lengua.



04/24/2003

Posted on 04/24/2003
Copyright © 2025 Oscar Martínez

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